17 abril 2006

La isla del tesoro

La segunda etapa empezaba en Wexford y tenía como objetivo el condado de Kerry, la joya de Irlanda: los lagos de Killarney. Reseguir la costa sur del país me parecía magnífico, especialmente por la idea de que bordear el mar es sinónimo de pedalear en llano: erróneo concepto de novata, pues la costa suele ser abrupta, especialmente en esta isla y las carreteras costeras lo que los ciclistas llaman rompepiernas. En un viaje posterior aprendí que es mejor subir un puerto de montaña que andar subiendo y bajando cuestas.

Las mareas son algo que tardé en descubrir, pero desde que las descubrí en el Cantábrico, hace ya algunos años, me impresionaron y siguen haciéndolo. En nuestro mar, un mar de juguete, no existen y esto hace que las viva como algo misterioso, extraño y, a veces, incluso peligroso. Recuerdo una pesadilla que se me repetía de jovencita, yo en la playa, bañándome y la marea que subía sin que yo me diera cuenta; cuando me daba cuenta ya era demasiado tarde, no podía volver a la orilla.

Arthurstown es un pueblecito de pescadores del que no esperas gran cosa, simplemente poder coger el ferry para cruzar al otro lado de la península, pero mi sorpresa fue realmente agradable cuando al aterrizar en aquel pueblo a través de una pendiente, feliz por no tener que pelearme más con los pedales y poder relajar por fin mis músculos, descubrí la gran bahía con la marea baja. Era la primera vez que me encontraba con algo así, pero no sería la última. La marea baja de la península de Dingle, bastantes kilómetros más al norte, todavía fue más espectacular. Poder caminar por territorio prohibido, por encima de las aguas, y que el mar exhiba sin pudor los tesoros que guarda, te hace sentir la persona más afortunada del mundo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Aquesta foto és xulíssima, d'exposició inclús.
Reflecteix molt bé la sensació que descrius.