19 febrero 2006

Dublin


Llegamos a Dublín a principios de agosto. Conseguimos que la compañía aérea nos depositara a nosotros y a nuestras bicis sanos y salvos en el aeropuerto de la capital irlandesa. Empezaba nuestra aventura por una tierra que presentaba para mi dos retos importantes: mi primer viaje largo en bici y hacerlo por el lado de la calzada opuesto al que estamos acostumbrados. Esto último me resultaba especialmente complicado, ya que a mis treintaitantos todavía no tengo claro donde está la derecha y donde está la izquierda. Emprender el camino desprotegidos entre el tráfico de la carretera que conduce a la ciudad fue un inicio un tanto aterrador para una ciclista novel como yo. En un primer momento, en un intento de hacerlo bien, queriendo ir a la derecha cuando en realidad me desplazaba hacia la izquierda, casi me atropella un autobús.



Dublín es una capital pequeña y muy agradable. Cruzando el río te encuentras con Temple Bar, uno de sus barrios más emblemáticos, donde estudiantes, artistas, yuppies y turistas se mezclan, donde conviven cafeterías, pubs, tiendas "seudohipis" y sofisticados edificios de oficinas. Un barrio para perderse que, salvando las distancias, recuerda a la rambla de Barcelona y sus alrededores. Y, luego, está la universidad y sus parques. Me impresionó especialmente la biblioteca de la universidad, que dicen que contiene todos los libros publicados en inglés hasta el momento.


Dublín es una ciudad para pasear y observar. No tiene grandes atractivos monumentales, pero es de esas ciudades donde puedes pasarte el día entero, si tienes la suerte de que no llueva, deambulando por sus calles, curioseando por las tiendas y bebiendo Guiness en sus pubs. Nadie deja Irlanda sin haberse aprendido la frase nacional "Lovely day for a Guiness".

15 febrero 2006

Connemara


La visión de la entrada de un fiordo al atardecer es uno de los mejores recuerdos que guardo de Irlanda. Connemara es una tierra singular. Diría que ya no es tierra firme. Sus campos están formados por bloques de un carbón vegetal que parecen flotar sobre un lago invisible. Pedalear sobre sus carreteras te provoca la extraña sensación de que el suelo se tambalea. Como en muchos lugares de este país los pueblos pasan casi sin darte cuenta. La iglesia y el pub, aunque solos enmedio de la nada, son señales inequívocas de que allí está establecida una comunidad con dos necesidades básicas: rezar y beber. Casi por casualidad llegamos a un camping al borde del oceano. En ese lugar, uno de los pocos sin agua potable de Irlanda, se nos apareció un paisaje magnífico. Plantamos la tienda sobre la suave colina sembrada de hierba y subimos a la cima para contemplar el mar. La marea baja dejaba al descubierto los secretos de conchas y caracoles. Las rocas salpicaban las olas y una lengua de agua se adentraba entre las montañas. Por supuesto, ¡eso era un fiordo! Entonces vimos como se desmayaba una estrella ante tal espectáculo.

12 febrero 2006

Un viaje para no olvidar


Y sí, cogí la bici y me fui con los trastos a otra parte. Eso fue mi rutina diaria durante dos meses: darle a los pedales 5 horas al día, disfrutar del paisaje y la soledad de las carreteras y caminos de Irlanda y al atardecer plantar la tienda. Descubrí paisajes maravillosos que parecían existir sólo al borde del mundo, pero no, allí estaban, delante de mis ojos... y lo mejor, había llegado a ellos con la fuerza de mi mente y la constancia de mis piernas.

11 febrero 2006


¡Bienvenidos a Con los trastos a otra parte!