01 mayo 2006

País de verdes y grises, en cualquier de sus tonos.

Restaurante en la playa de Inch, Península de Dingle.

Descubrir la península de Dingle fue una maravilla. Llegar hasta ella no tanto. Tan pronto como abandonamos Kerry nos volvió a abrazar la lluvia. Para consolarnos mirábamos el paisaje, de un verde brillante muy poco habitual en nuestro país. Somos un país de azules, blancos y marrones, en todos sus tonos, más que de verdes, en cualquier de los suyos... Irlanda es un país de verdes y grises. No hay más que ver su emblema, el trébol, para darse cuenta.

Ir en bici bajo la lluvia es algo poco recomendable. El equipo que llevábamos, a parte de las botas de Gore-Tex, no era el más adecuado para soportar este tiempo. El chubasquero, un canguro recuperado de mis días de colonias con la escuela, me hacía sudar tanto que ya no sabía si estaba más empapada por dentro o por fuera. Las lentillas amenazaban con caérseme, pues el agua me entraba contínuamente en los ojos, pero ponerme las gafas no hubiera sido solución, ya que el agua me hubiese impedido ver. Además, estaba el tema del equipaje, siempre cuidadosamente metido en bolsas de plástico para que no se mojara, especialmente el saco. Entrando en la península llegamos a nuestro límite, no de cansancio, sino asqueados de tanta gota fría.

Nos quedamos en el primer cámping que pillamos. Venía anunciado como tal en la señalización de la carretera, pero muy oficial no sé si era. El supuesto lugar de acampada resultaba ser, una vez más, un terreno en pendiente, donde los caballos pastaban. Pronto vimos que el negocio en sí no era el cámping, que carecía de los mínimos vitales para llamarle así (sólo tenía una letrina impracticable), sino el alquiler de unas carretas al estilo gitano, pintadas de rojo y cubiertas, que servían de casa para familias con niños en busca de unos días de contacto con la naturaleza y aventura. Por supuesto debían cuidar a los caballos, darles de comer y sacarlos a pasear, y la vida se convertía en algo inusual, sin luz ni agua corriente. Eso sí, a unos pocos metros, cruzando la carretera, tenían un restaurante donde poder comer patatas fritas en mantequilla y una tienda donde poder comprar desde papel higiénico hasta los souvenirs más cursis.

Nosotros también acudimos al bar. En realidad tenía su encanto. No tenía nada que ver con los pubs que habíamos frecuentado, más bien recordaba a algún bar perdido donde se deprimen y emborrachan los héroes solitarios de las películas. El ambiente era hibernal, pero
poco a poco dejó de llover. La marea bajó y dejó al descubierto una de las más bellas imágenes que guardo del viaje. La playa parecía un espejo y, secos y recuperados del frío, nos decidimos a pasear por la playa. Olía a mar. A mar adentro. Un olor profundo de pescado, algas y agua salada. Los caballos galopaban por encima de la arena mojada, disfrutando, como todos, del momento.

Antes de retirarnos a preparar el sobre de pasta de rigor que nos esperaba para cenar en la tienda, quisimos obsequiarnos con una Guiness. En el bar de la playa no servían alcohol, por lo que decidimos subir por la carretera hacia un hotel que parecía que tenía un pub. Nuestra última experiencia en el lugar fue surrealista. El hotel estaba practicamente cerrado. Creimos estar en el hotel de El Resplandor. Esperábamos que en cualquier momento saliera Jack Nicholson con un hacha y nos persiguiera por los pasillos polvorientos. Pero no fue así. Una mujer apareció de repente de no se sabe dónde. Entonces nos tomamos la ansiada Guiness.




4 comentarios:

El Forest dijo...

He visto vuestro blog, os invito a ver el mio sobre fotos de viajes:

http://forestpics.blogspot.com/

Anónimo dijo...

Hola Xatiiiiiiii!
Por fin he visitado vuestro blog...
Es precioso, no tengo palabras...
Has realizado un gran trabajo!
Enhorabuena
TRina

Ada dijo...

Aquestes fotos són precioses. La veritat és que només veure-les t'omplen de pau. M'encataria perdre'm algun dia per aquestes platges!

Unknown dijo...

De vegades tinc moltes ganes de tornar-hi... la nostàlgia!