24 abril 2006

La joya de Irlanda

Por fin llegamos al condado de Kerry, al famoso parque nacional y a sus lagos. El cambio fue radical. Aquí ya no éramos los únicos turistas, aunque sí los únicos que andábamos en bici. Esto parecía el paraíso de los moteros. De hecho Kerry, aparte de los lagos y su parque, es famoso por su Ring of Kerry, una carretera que da la vuelta a la península y que suelen recorrer los aficionados a la moto. Debe de ser precioso, pero nosotros nos lo ahorramos, porque no es lo mismo hacer kilómetros en coche o en moto que en bici, y nuestro objetivo era otro.

Nos moríamos de ganas de conocer el parque, los lagos y las piedras escritas con el primitivo alfabeto Ogham. Este sistema de escritura usado desde el siglo III al VI d.C. se basa en pequeñas lineas a partir de una linea principal y se lee de abajo hacia arriba o de izquierda a derecha.

Una vez instalados en el camping, más cómodo pero con mucho menos encanto que otros lugares donde habíamos pasado las noches anteriores, hicimos de este nuestro campamento base. Desde allí nos desplazamos a ver los lagos, piedras y palacios. Sí, estoy de acuerdo, lugares preciosos, pero su explotación le hacían perder la emoción de descubrir las cosas a solas.







Lo que más recuerdo de esta etapa son los grajos y las cenas; de los grajos recuerdo que estaban en todas partes y un día, al volver de una de nuestras excursiones, descubrimos que nos habían robado la comida y esparcido los restos por toda nuestra parcela; de las cenas recuerdo el frío que hacía a pesar de estar todavía en agosto y de las peleas por las mesas, que se suponían comunes pero que los campistas se apalancaban sin complejos para su uso exclusivo.

17 abril 2006

La ruta del bacalao

En cuanto dejamos la costa, en Cork, enfilamos hacia el norte por el valle del río Lee. Serpenteábamos por estrechas carreteras que seguían su cauce, a lado y lado de la carretera solo árboles y espiándonos desde abajo los destellos del agua. De vez en cuando descubríamos praderas y parques con puentes que cruzaban el río. No parecía una ruta muy transitada y ya al atardecer, sin ganas de buscar, preguntamos en un pub si podíamos plantar la tienda en el campo donde guardaban los caballos. En efecto, no nos pusieron ningún problema, el terreno tenía un poco de pendiente y estaba situado enfrente de una gasolinera propia de una road-movie. Nos íbamos acostumbrando a la textura espesa y al sabor amargo de la Guiness, que cada vez nos gustaba más, así que decidimos cenar en la tienda y luego darnos el gusto de disfrutar de la auténtica bebida de los irlandeses. La noche fue terrible, era sábado, nos plantaron una "churrería" delante de casa y encendieron el generador que hacía un ruido infernal. Lo que parecía una carretera secundaria poco frecuentada se convertía en la ruta irlandesa del "bacalao" en un Saturday Night Fever. No pegamos ojo, pero decubrimos lo qué hacen los jóvenes irlandeses los sábados por la noche.

La isla del tesoro

La segunda etapa empezaba en Wexford y tenía como objetivo el condado de Kerry, la joya de Irlanda: los lagos de Killarney. Reseguir la costa sur del país me parecía magnífico, especialmente por la idea de que bordear el mar es sinónimo de pedalear en llano: erróneo concepto de novata, pues la costa suele ser abrupta, especialmente en esta isla y las carreteras costeras lo que los ciclistas llaman rompepiernas. En un viaje posterior aprendí que es mejor subir un puerto de montaña que andar subiendo y bajando cuestas.

Las mareas son algo que tardé en descubrir, pero desde que las descubrí en el Cantábrico, hace ya algunos años, me impresionaron y siguen haciéndolo. En nuestro mar, un mar de juguete, no existen y esto hace que las viva como algo misterioso, extraño y, a veces, incluso peligroso. Recuerdo una pesadilla que se me repetía de jovencita, yo en la playa, bañándome y la marea que subía sin que yo me diera cuenta; cuando me daba cuenta ya era demasiado tarde, no podía volver a la orilla.

Arthurstown es un pueblecito de pescadores del que no esperas gran cosa, simplemente poder coger el ferry para cruzar al otro lado de la península, pero mi sorpresa fue realmente agradable cuando al aterrizar en aquel pueblo a través de una pendiente, feliz por no tener que pelearme más con los pedales y poder relajar por fin mis músculos, descubrí la gran bahía con la marea baja. Era la primera vez que me encontraba con algo así, pero no sería la última. La marea baja de la península de Dingle, bastantes kilómetros más al norte, todavía fue más espectacular. Poder caminar por territorio prohibido, por encima de las aguas, y que el mar exhiba sin pudor los tesoros que guarda, te hace sentir la persona más afortunada del mundo.


07 abril 2006

Wexford: final de etapa


Salí de Wicklow ilusionada por nuestro próximo destino. Será porque estoy acostumbrada a vivir al lado del mar, pero pensar que llegaré a una ciudad marítima siempre me parece una meta real. Mientras no haya mar sigue el viaje; si el mar está allí es que llegamos a alguna parte y empezamos otra etapa. Wexford era eso: el final de la primera etapa y el inicio de la siguiente.
La ciudad se desplegaba desde el puerto que, pese a estar en pleno agosto, emanaba como todos los lugares costeros de Irlanda una enorme tristeza. Supongo que es por la luz, no es una luz clara como la del mediterraneo, sino una luz tamizada por las nubes que se refleja en un mar gris. Creo que es para paliar este efecto que las casas están todas pintadas con estos colores fuertes, vivos, casi brillantes.

Esa noche decidimos darnos un lujo y dormir en una pensión. Pagamos una barbaridad por un dormitorio sin baño y con la cama rota. El dueño era un viejo vividor que chapurreaba español. Al día siguiente decidimos quedarnos un día más, pues en la radio anunciaban fuertes vientos. Dejamos la pensión y nos fuimos al camping, un balcón al oceano.

02 abril 2006

Don't move, it's raining!


Finalmente Irlanda demostró lo que es. Todavía encima de la bici y buscando un lugar donde pasar la noche empezó a llover. Decidimos acampar en un bosque al lado de un río y pasar allí la noche con la esperanza de que al día siguiente dejara de llover. Pero no fue así. Tuvimos que pasar dos días metidos en la tienda sin podernos mover.
Sin embargo, a los irlandeses no parece que les importe demasiado la lluvia. Las horas que pasamos a orillas del río nos regalaron un muestrario de sus hobbies más arraigados. En una situación privilegiada descubrimos que la lluvia estaba tan estrechamente ligada a su vida que no les impedía realizar actividades que para nosotros solo se pueden llevar a cabo en días soleados (o por lo menos secos): lo de jugar a golf lloviendo ya lo sabía, pero allí estaba toda la familia a punto de disfrutar de su barbacoa dominical bajo el miserable weather típico del país. El abuelo preparaba el toldo antilluvia y las sillas de picnic, mientras que el nieto, un chico de unos 18 años, cortaba leña con el hacha - todavía hoy me pregunto si esa escena fue real o producto de mi imaginación-; por otro lado, se acercaban sin cesar amazonas montadas en caballos preciosos, equipadas al más genuino estilo ecuestre; en una escapada al pub, a unos 2 kilómetros de nuestro campamento, pudimos disfrutar de las aventuras relatadas por un lugareño ante su guiness, al parecer había grabado un disco con Bono, de U2, y como prueba nos mostró su disco de oro; en la pared del local un cartel recordaba que en el año 1998 el tour de Francia estuvo allí... ¡todo ello surrealista para mi!
Al cabo de 48 horas dejó de llover y pudimos salir de aquel lugar y seguir nuestro camino hacia Wexford, al sur del país.